Rechazando la hegemonía de la cultura de las startups de Silicon Valley, estos rebeldes están agitando el alma de la tecnología con Station F.
Roxanne Varza empuja una puerta cubierta con muñecos Ken, me lleva hacia el baño de hombres y comienza a llamar a los cubículos, buscando uno vacío. “Aquí”, dice en un tercer intento. “Ábrelo”.
En contraste con los baños grises y antisépticos, estos cubículos son un oasis de opulencia; como si Alexander McQueen hubiera diseñado un WC. Varza irrumpe el silencio: “esta startup se llama Trone. Aquí hacemos las cosas de manera muy diferente”.
Así es Station F, donde Varza es la directora. Es la incubadora de tecnología más grande del mundo, ubicada en una estación de tren de carga parisina de 111,550 pies cuadrados, tan larga como la Torre Eiffel.
Se inauguró en junio de 2017 con mil fundadores, en un momento extraño: ese mismo mes, el presidente Emmanuel Macron dio a conocer un nuevo programa de visas tecnológicas y una misión de convertir a Francia en “una nueva nación”.
La Station F aloja a Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft. Sin embargo, es mucho más interesante la presencia de dos megamarcas francesas: L’Oréal, el gigante de los cosméticos, y LVMH, el grupo que abarca Louis Vuitton, Givenchy, Hennessy, Sephora, TAG Heuer y otros más.
L’Oréal, que hizo su primera adquisición de tecnología en marzo, tiene un estudio en Station F con nueve startups orientadas a la belleza.
Al final del pasillo, el proyecto de LVMH, La Maison des Startups (La Casa de las Startups), tiene 89 estaciones de trabajo para 23 startups (tendrá 50 en noviembre).
No son asesinas de Facebook. Y aunque es poco probable que estas incipientes empresas cambien las finanzas de la tecnología, las entrevistas con más de una docena de ellas sugieren algo más audaz: la capacidad de revolucionar el tono de la tecnología.
Mientras que muchas startups son el sueño de los brogrammers de Bay Area, el pensamiento de lujo de L’Oréal y LVMH sugiere un espacio más allá de la vie en bros hacia un nuevo lenguaje digital, una especie de alta tecnología. En lugar de escala, singularidad. En lugar de disrupción, finura.
Un entendimiento de que los clientes son tan sofisticados como sus fundadores, y que nada personalizado está asido a una prueba beta. ¿Por qué moverse rápido y romper cosas cuando se puede disfrutar de una refinada artesanía? Por ejemplo, ¿quién alguna vez se detuvo a optimizar las rosas?
Cabe destacar el caso de la empresa Euveka de LVMH, la cual reemplaza los torsos de los maniquís de madera con robótica para adaptarse a las medidas específicas de un cliente.
“Nos sorprendió que en 2018 el estándar de la industria siga siendo la madera”, señala la gerente de ventas, Eva Moudar. Así, Euveka permite a los diseñadores y sastres expandir su clientela a cualquier tipo de cuerpo.
O bien, Sillages de L’Oréal, que envía perfumes personalizados Warby Parker a sus clientes para que los prueben antes de tomar una decisión. Como dice su fundador Maxime Garcia-Janin: “elegir un perfume es como casarse antes de besarse”.
Sillages no sólo rompe con la monotonía de una habitación llena de usuarios de Chanel No 5, sino que los clientes de todo el mundo cuentan con un perfumista exclusivo en París.
Otros navegan dentro del pensamiento tradicional CES: los cosméticos de Beautigloo o la técnica patentada de Daumet para hacer oro blanco brillante. En Heuritech, un detector de tendencias de reconocimiento de imágenes, ocho de sus 24 empleados tienen un doctorado en Inteligencia Artificial.
Por supuesto, sin Station F, L’Oréal y LVMH no operarían precisamente desde garajes de Sunnyvale. Los ingresos combinados de las compañías en 2017 superaron los US$80,000 millones.
Y su presencia digital está en auge. En L’Oréal, por ejemplo, el e-commerce representa 8% de los ingresos totales, aunque en China es el 26% de las ventas.
“No sólo queremos colocar a las compras de lujo en línea. Queremos que estas compras sean lujosas”, afirma Ian Rogers, chief digital officer de LVMH.
Por su parte, Varza aprovechó su primer año en Station F para estar muy consciente de la toxicidad de Silicon Valley, la misoginia en Uber, el famoso memo de Google, y el discurso de odio de Facebook y Twitter.
“¿Quién quiere otro Silicon Valley?”, pregunta. “Gracias a Dios podemos ser diferentes”. Para todos los que integran Silicon Valley, en general representa un refugio para los pesimistas que ven el mundo desquebrajado sin ellos. En Station F, por el contrario, donde hay voluntad, hay un sí.
Te puede interesar: Oracle impulsa el crecimiento de startups
Por Richard Morgan