Los desechos electrónicos son una de las mayores problemáticas para el cuidado del medio ambiente en la actualidad, sin embargo, también son parte de otra problemática, la ciberseguridad.
La basura electrónica es un gran problema. De la misma forma en que la tecnología invade cada aspecto de nuestra existencia, un montón de desperdicios digitales —teléfonos, televisores, laptops, servidores, refrigeradores y mucho más—, son desechados. Un informe de un grupo afiliado a la ONU estima que la cantidad de basura electrónica está creciendo mucho más que cualquier otro tipo de desperdicio. Se espera que este año se produzcan 48.2 millones de toneladas. Eso es 100 veces más pesado que el Empire State.
¿Qué hacer con toda esa basura? Ese es el gran enigma. Los países en vías de desarrollo suelen tener pocas regulaciones ambientales y presentan un escenario atractivo para el desecho irresponsable de basura. De acuerdo a una investigación realizada en 2016 por Basel Action Network, una organización sin fines de lucro de Seattle que colocó cientos de dispositivos GPS en dispositivos inutilizables y los colocó en las redes de reciclaje de Estados Unidos, 40 % de los 152 envíos salieron a ultramar. La mayoría terminó en depósitos de basura ubicados en los Nuevos Territorios de Hong Kong.
“En Estados Unidos es completamente legal llenar contenedores de basura electrónica y enviarlos a Asia o África”, dice Jim Puckett, director de Basel Action Network. Sin embargo, esto es una violación terrible del tratado de la Convención de Basilea, un acuerdo internacional creado para prohibir que las naciones desarrolladas desechen peligrosos desperdicios más allá de sus fronteras marítimas.
Algunas empresas buscan contrarrestar este tipo desechos transfronterizos. ERI, compañía ubicada en Fresno, California, es una de las recicladoras de desperdicios electrónicos más grandes del mundo y se encarga de reunir y eliminar miles de toneladas de desechos en tres gigantescas trituradoras ubicadas en sus plantas de California, Massachusetts e Indiana. La compañía cruje, aplasta y desmorona lo que el CEO John Shegerian llama “cadáveres electrónicos”. La maquinaria de ERI convierte esos desechos en “productos liberados”, materias primas como acero, plástico, aluminio, plomo y cobre. La compañía vende esta producción a las fundidoras para su reutilización.
Desafortunadamente para las recicladoras de basura electrónica, el mercado global de materias primas ha tenido un declive pronunciado durante los últimos años. De acuerdo a Shegerian, esa parte del negocio de ERI se ha reducido a la mitad, dentro de los ingresos brutos de la empresa, desde 2012 (la compañía generará ingresos por más de 100 millones de dólares en 2017).
Para mantener su rentabilidad, ERI se ha reposicionado como la empresa que ofrece el método seguro para desechar electrónicos, capitalizando la creciente preocupación en este tema. Shegerian afirma que los clientes están dispuestos a pagar para desechar correctamente dispositivos que podrían contener residuos de información sobre empleados, clientes o incluso secretos comerciales.
Además, hay que considerar la amenaza a la seguridad nacional. Tom Sharpe, vicepresidente de SMT Corp., una compañía que se encarga de las garantías de calidad en partes de computadoras usadas para la industria armamentista, advierte que muchos de los chips falsificados, a menudo rescatados de la basura electrónica en China, suelen ser reintroducidos en las cadenas de suministros.
“A mucha gente le gusta ver esto como basura sucia y busca alejarla tanto como sea posible”, dice Sharpe. “Eso ha tenido un efecto búmeran. Ha estado volviendo a nosotros ahora como piezas falsificadas”.
Resulta que los desechos electrónicos no son sólo una amenaza ambiental, sino también un asunto de ciberseguridad.