Años después de iniciado el debate, al fin se resuelve la pregunta sobre la burbuja tecnológica.
Cuando comenzamos esta columna en 2015, se creía que el boom de la tecnología estaba en peligro de colapsar. Tanto fondos mutualistas como inversionistas institucionales habían creado la llamada Era de los Unicornios al poner dinero en grandes y altamente valuadas startups privadas; de repente, los inversionistas comenzaron a retirarse, desgastados por sus malas apuestas. Se habló de valuaciones a la baja, objetivos de ingresos no cumplidos, crisis de dinero circulante.
Una serie de adquisiciones fallidas terminaron siendo como baldes de agua fría en negocios a punto de reventar. Todos dejaron de hacerse la pregunta sobre la que cual los inversionistas habían estado debatiendo con preocupación durante los últimos años: “¿Estamos en una burbuja tecnológica?” No había reventado, pero tampoco se sentía “burbujeante”.
Casi tres años y 27 columnas después, la pregunta sobre la burbuja tecnológica está fuera de lugar. Dentro de este mundo en auge, hay una serie de cuestiones que merecen una mayor atención. En el centro del escenario ha aparecido una cultura tóxica de sexismo y abuso sexual ventilada gracias a un creciente grupo de denunciantes.
Un comportamiento obscuro dentro de las altas instancias de las startups ha hecho que la industria cuestione su filosofía de “fíngelo hasta que lo logres” (“fake it till you make it”), o lo que es lo mismo, el asegurarte de hacer ruido en tu camino al éxito.
Uber, la startup respaldada por capital de riesgo con más valor en todo el mundo, sigue siendo un ejemplo brillante de disfuncionalidad, como lo demuestra el hecho de que su junta directiva, sus cofundadores e inversionistas se ataquen mutuamente en la prensa y a través de demandas para controlar la compañía. En 2017, la industria de las startups está viviendo una caída que es el resultado de año de priorizar el crecimiento a cualquier costo.
No todas las startups carecen de ética ni son sobrevaloradas, tóxicas o disfuncionales. Sin embargo, ahora las historias de éxito en la industria de la tecnología son eclipsadas por grandes y molestos problemas que hacen que la pregunta “¿Estamos en una burbuja?” luzca patéticamente miope. Desde afuera se cuestiona si las plataformas tecnológicas son responsables de propagar el odio y la desinformación en Estados Unidos; si Facebook, Apple, Alphabet y Amazon son demasiado poderosas, o si la tecnología nos quitará nuestros trabajos. Hace pocos años nos preguntábamos si esta fiesta tecnológica estaba llegando a su fin. Hoy reflexionamos si sus anfitriones son básicamente unos misántropos.
¿Cómo llegamos hasta este punto? En parte porque la industria tecnológica entró de lleno al mundo que está más allá de su burbuja. El software está, como dice el dicho, “comiéndose” todo, desde el transporte hasta la industria de la hostelería, del comercio al sector automotriz, de la salud a la educación. En este proceso, la industria de la tecnología ha heredado los problemas del mundo. La preocupación de los inversionistas por la baja en el valor de Uber no parece un tema relevante cuando todos se dan cuenta que más de 5 millones de choferes profesionales en los Estados Unidos podrían perder su trabajo debido a los automóviles autónomos. El auge está descubriendo su amargo destino.
Aunque no esto no es muy satisfactorio, es conveniente terminar esta columna de forma sombría. El “auge” responde al crecimiento de la industria de la tecnología; la “visión” señala un aire de escepticismo. El mundo nunca había dudado tanto de las startups y de la industria de la tecnología como ahora. La comunidad tecnológica podría decidir interpretar esa postura como un ataque. Yo preferiría que optara por lo que mejor sabe hacer -convertir problemas en oportunidades- y arreglar algunos de los líos que ha creado. Es una oportunidad para realmente, tal vez, en serio, fuera de broma, hacer del mundo un mejor lugar para vivir.