La misma cultura de ser emprendedor a como dé lugar va en contra de los buenos negocios, el cambio de cuentos de amor a convertirse en emprendedor.
Por Adina Chelminsky
El mito de “y vivieron felices para siempre” que arruinó nuestra concepción del amor y de las relaciones de pareja ha sido sustituido por el mito de “… y usted tenga una buena idea y conviértase en emprendedor”, que está arruinando nuestra concepción del emprendimiento.
Ser emprendedor se asume como la solución a todos los problemas del país y como el cumplimiento de los sueños de todas las madres: “Mi hijo, el emprendedor” ha sustituido la plegaria de tener un vástago médico o abogado.
La máquina del mercadeo social nos vende que “todos” podemos ser emprendedores, “todos” podemos tener una idea millonaria, ejecutarla con éxito, levantar inversión, generar más inversión, tener una salida exitosa…
Falso. Falso. Falso. Porque aun cuando todos podemos/debemos ser emprendedores en la versión semántica de la palabra (gente dinámica, proactiva y ambiciosa), no todos tenemos las agallas, el temple y el estómago para serlo en el sentido empresarial.
Educar hacia el emprendimiento, como si fuera tan simple, como una receta de autoayuda más, #tupuedes #siguetussueños #todossomosemprendedores, ha fomentado (está fomentado) una generación de personas con enormes sueños y pocas herramientas pragmáticas para hacerlos realidad.
Porque para ser emprendedor se necesitan características de personalidad que no enseñan en la escuela y que, honestamente, no todos tenemos o podemos afinar. La realidad es dura pero inmutable: la mayor parte de la gente inteligente, trabajadora y ambiciosa, está hecha para sobresalir y tener éxito dentro de una estructura de trabajo ya formada.
¿Qué necesitas “traer de fábrica” para emprender un nuevo negocio? Creo que se resume en tres características esenciales. Primero, tener la piel gruesa, cual rinoceronte, para lograr aguantar reveses, críticas y desatinos sin perder el foco de lo que se quiere conseguir; ejercitar la paciencia y la humildad todos los días.
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Segundo, ser lo bastante flexible de mente y creativa para ajustar los planes a la realidad, para pivotear una y otra vez, para definir y redefinir innumerables veces los productos, el público objetivo y las expectativas y, sobre todo, para resolver problemas que nunca pensaste encontrar hasta tenerlos enfrente.
Tercero, contar con el estómago para vivir en perpetua incertidumbre, presión y angustia. No se trata de una angustia como la que vemos en las películas: es una angustia en la boca del estómago que avasalla por completo. Y, por último, entender que el fracaso es indispensable e inevitable, y se debe sobrevivir.
Todas estas habilidades suenan fáciles en papel. Todos somos fuertes + creativos + indestructibles + filosóficos, pero se necesita hacer un examen de conciencia crudo y brutal para entender si el emprendimiento es lo propio.
Comprender quiénes somos y quiénes son nuestros hijos es un paso fundamental para saber qué camino debemos (o no) tomar, o si debemos impulsarlos (o no). Porque los cuentos de hadas suenan hermosos, pero el único que se hizo millonario con ellos fue Disney.
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