Estamos en tiempos de contribuir y los economistas, a veces criticados por este gobierno, sí pueden hacer algo por el país. ¿Cómo? Aquí tres ejemplos.
Mientras medio mundo se distraía con el cadete que estaba detrás de él durante su toma de protesta, quizá fui de los pocos que se fijó en el gesto burlón del presidente cuando aseguró que Antonio Ortiz Mena, como secretario de Hacienda, había logrado la mejor época de la economía de México sin ser economista.
“La economía del país”, dijo, “no solo creció al 6% anual, sino que este avance fue sin inflación y sin incremento de la deuda pública. Por cierto (y aquí estuvo la sonrisa sardónica), Ortiz Mena no era economista, sino abogado”.
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Al ver esa sonrisita me acordé de cuando salí de la escuela de Economía y fui con el profesor de finanzas públicas para pedirle trabajo: “Lo malo de los economistas es que saben de todo y no saben de nada en particular”, me respondió.
Y eso que él me había dado clases. ¿Qué podía esperar de quienes no tienen idea de lo que hacen los economistas?
“Son los culpables de que todo esté patas arriba”, me soltó alguien más cuando se enteró de que terminé esa carrera, meses antes de una de las muchas devaluaciones sexenales.
Durante varias administraciones, muchos de mis colegas que sí tenían trabajo en el gobierno le dieron razones al presidente y a 50 millones de mexicanos para desconfiar de economistas que generaron concentración de la riqueza, una apertura comercial acompañada de un capitalismo de “cuates”, la dilapidación de recursos naturales y un crecimiento mediocre.
Tal vez por eso el presidente señala que los logros en economía fueron de un no economista o que no hay que dejar los asuntos públicos en sus manos.
Para ir a la Luna no se necesita una tripulación de físicos, sino personas con buena salud y condición; pero no se puede despegar un cohete sin conocer las leyes de Newton.
Tampoco puede manejarse la economía sin conocer sus leyes o creer, como el secretario de Salud, que hay peligro de que “se haga más chiquita (la mente)” por ponerle atención a los números. Estamos en tiempos de ver cómo ayudar.
Aquí hay tres ejemplos de qué podría hacer la ciencia económica por los asuntos públicos. De haberlo sabido antes, podría habérselos compartido a mi exprofesor, pero ahora lo comparto aquí:
EVITAR A LOS GORRONES
La teoría económica habla de las externalidades; es decir, esos costos que muchas empresas e individuos le transfieren a la sociedad. Reconocer las externalidades puede ayudar a que la creación de riqueza se convierta en desarrollo.
Sí, una compañía puede generar dinero para el país al explotar recursos naturales, pero también contaminar o quitarle medios de subsistencia a quienes están alrededor.
En los planes del gobierno, ¿hay alguien que no esté reconociendo las externalidades? Es decir, ¿un plan que se cuelgue las medallas y le pase los costos a otros?
MEJORAR LA ATENCIÓN A LA SALUD
Con los trucos (que eso parecen) de la economía del comportamiento se lograría que los mexicanos ahorraran e invirtieran más, que se enfermaran menos o que, una vez enfermos, se cuidaran mejor.
Un tip: además de gravar al tabaco, dejen de ubicar a los cigarros en el lugar más privilegiado de las tiendas.
PENSAR EN EL LARGO PLAZO
Debería haber más monumentos para quien dijo que un peso de hoy vale más que uno de mañana. Calcular los costos de algo con el valor futuro es clave para saber en qué conviene invertir y en qué no.
Son tres muestras de cómo los economistas podrían ayudar al gobierno. Aunque no sean tan llamativas como el cadete, algo podremos hacer.
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