El crecimiento de un país no se explica sólo por el comportamiento de sus variables macroeconómicas, sino también por los sucesos de actualidad.
Por Raúl Martínez Solares Piña
Cuando se analizan las perspectivas del comportamiento económico de un país es frecuente que se caiga en dos extremos: en un análisis macroeconómico que busca comprender la tendencia de variables para explicar el desempeño de la economía, o en uno cortoplacista que asocia el desempeño económico de hoy y del futuro inmediato con eventos coyunturales del entorno, político o económico, nacional o internacional. La realidad casi siempre se encuentra en medio de ambas.
En el extremo de los modelos económicos conviene recordar al economista Robert Lucas, quien refiriéndose a la economía de EE.UU. dijo: “Intentamos explicar una economía de 350 millones de habitantes con cinco ecuaciones; eso es abstracción”.
Por el otro lado, atribuir sólo a aspectos coyunturales los cambios fundamentales en lo económico tampoco es correcto, pues si bien hay cambios de percepción que afectan variables de corto plazo (tasas de interés o tipo de cambio), los motores fundamentales de la economía son más complejos.
La economía de un país se asemeja a un tren muy pesado. Acelerarlo lleva tiempo y es poco probable que algunas acciones de corto plazo la frenen. Se requieren muchos obstáculos que gradualmente la desaceleren. Asimismo, aumentar su velocidad necesita medidas que de manera sostenida tengan efecto de expansión en variables como el consumo o la inversión pública y privada, que pueden tener un efecto de corto plazo, como ocurre con el gasto público.
Para una economía como la de México, que tiene una alta relación con la de EE.UU., el comportamiento de esa nación también es un factor inercial de crecimiento o desaceleración.
Particularmente, en cambios de gobierno hay la tentación de pensar qué medidas coyunturales o incluso estructurales tienen un impacto inmediato en el crecimiento. Eso no es así.
México viene de un largo crecimiento, mediocre, pero sostenido, y hoy enfrenta temas internos y externos que provocan una desaceleración y, quizás, una contracción.
En lo externo, hay una desaceleración global que se agrava por el conflicto comercial entre China y EE.UU. Ello provoca (como en 2009) un ciclo de bajas en las tasas de referencia de los bancos centrales para reactivar la economía o reducir la desaceleración.
En lo interno, problemas como la disminución de la inversión productiva (de las más bajas en países emergentes) en relación con el PIB, la corrupción y debilidad del estado de derecho, impiden que se rompa la inercia de bajo crecimiento; adicional a la desconfianza en el corto plazo por la falta de respeto a las reglas del juego, y las decisiones y diagnósticos de las políticas públicas.
Medidas voluntaristas, que no muestren que se invierte y hay crecimiento y sí provocan desconfianza, la cual alimenta la desaceleración.
México hoy requiere depender irremediablemente del sector privado para crecer. En tanto exista una, a veces velada o a veces franca, contraposición entre las políticas públicas y el sector privado, no será posible romper la tendencia de desaceleración, y mucho menos alcanzar los niveles de crecimiento que el país y su población requieren.