Somos culpables de propagar una de las peores enfermedades que matan a los niños hoy, señala el editor en jefe de Fortune en ese país.
*NOTA DEL EDITOR: Esta opinión fue escrita por Clifton Leaf, editor en jefe de la revista Fortune en Estados Unidos.
Una vez que los niños llegan al primer año de jardín de niños, son organismos notablemente estables, biológicamente hablando.
Entre los niños de cinco a 14 años, hay solo 13.2 muertes por cada 100,000 personas en Estados Unidos -por cualquier causa- durante el año 2015.
Alrededor de 2,601 niños entre 5 y 24 años se quitaron la vida con un arma de fuego.
Los niños, en su mayor parte, son bastante indestructibles. Esa estabilidad biológica dura por un tiempo, al momento en que llegan a su adolescencia y sus 20 años, muchos jóvenes creen que son invencibles y desde el punto de vista de la enfermedad, en su mayoría lo son.
Considerando solo las causas patológicas de la muerte, la tasa de mortalidad anual entre las personas de 15 a 24 años es de aproximadamente 18 muertes por cada 100,000 estadounidenses.
Las lesiones involuntarias, desde accidentes automovilísticos hasta caídas y envenenamientos accidentales, representan 28.5 muertes por cada 100,000 personas en este grupo de edad.
Pero hay que agregar luego las muertes por armas de fuego. En 2015, 143 niños de entre cinco y 24 años murieron como resultado de un disparo accidental de una arma de fuego.
Otros 2,601 niños de este grupo de edad (está bien si los llamamos niños, ¿no?) se quitaron la vida con un arma de fuego.
Y otros 4,330 fueron asesinados a tiros intencionalmente. En el año 2015, hubo 35,905 muertes de estadounidenses entre las edades de cinco y 24 años por todas las causas juntas.
Una de cada cinco de estas muertes jóvenes -es decir, 7,074 funerales- se debió a armas de fuego. Uno de cada cinco.
El cáncer, por el contrario, reclamó 2,334 vidas en este grupo de edad, la neumonía y la gripe: 267 y la diabetes, 219.
De hecho, hubo casi 2,800 menos muertes que de armas de fuego (yo, por ejemplo, no lo creía al principio, y tuve que hacer el cálculo varias veces para estar seguro).
Las armas en este país han desatado una infección letal que está robando vidas jóvenes en cada condado, ciudad y pueblo. Llamarlo menos que una epidemia furiosa es engañarnos a nosotros mismos.
Pretender que desaparecerá por sí solo es condenarnos a nosotros mismos. No hacer nada para intentar detenerlo es traicionarnos a nosotros mismos y a cada generación por venir.
Para muchos de nosotros es difícil aceptarlo, pero somos culpables de propagar una de las peores enfermedades que matan a los niños hoy.