Era marzo de 2018 y, una vez más, Bill Gates estaba detrás de un podio. En los últimos meses, había pronunciado un discurso tras otro: en San Francisco, instó a los fabricantes de medicamentos a centrarse en las enfermedades que afectan tanto a pobres como a ricos; en Andhra Pradesh, India, predicó el valor de las granjas de pequeños agricultores; en Abu Dhabi, exhortó al Príncipe Heredero y a otros príncipes para continuar su apoyo financiero a las iniciativas mundiales de salud; en Cleveland, promovió la inversión en mejores escuelas.
En esta ocasión, el segundo hombre más rico del mundo y el principal defensor itinerante de los pobres estaba en Abuja, Nigeria, hablando sobre el mismo tema establecido en todos estos discursos: la necesidad de invertir en “capital humano”.
Entre los asistentes en el centro de convenciones, a la sombra de la Villa Presidencial de Aso Rock, estaba el propio presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, y lo que parecía ser la sede entera del gobierno –desde los legisladores mandarines hasta una cámara llena de gobernadores y líderes empresariales–, todos preparados para escuchar a un hombre que, hasta ahora, había prodigado al país con US$1,600 millones en donaciones a través de su fundación del mismo nombre.
Dos meses antes, la Fundación Bill y Melinda Gates había dado el paso inusual de absorber los US$76 millones de deuda que Nigeria le debía a Japón; el país africano había pedido prestado este dinero para financiar un esfuerzo de erradicación de polio. El progreso de este padecimiento allí había sido sorprendente. En 2012, Nigeria tuvo más de la mitad de los casos registrados a nivel mundial; sin embargo, al final, ese número se logró reducir a cero.
Aunque Bill Gates no estaba en aquel lugar para pronunciar un discurso de “mantengan el buen trabajo”. Estaba allí para expresar lo contrario: para decirle a los anfitriones que su nación, la más rica y poblada de África, con 190 millones de habitantes, estaba al borde de un cuchillo.
El país se enfrentaba a una “epidemia de desnutrición crónica”: uno de cada tres niños nigerianos se encuentra en esta condición, dijo Gates a la audiencia. Nigeria tuvo la cuarta peor tasa de mortalidad materna en el planeta; por lo que, “es uno de los lugares más peligrosos del mundo para dar a luz”. Más de la mitad de los niños en comunidades rurales no podían leer ni escribir adecuadamente. El sistema de atención primaria de salud estaba “roto”.
La dura letanía continuó. Sobre la base del PIB per cápita, Nigeria, rica en petróleo, estaba “acercándose rápidamente al estado de ingresos medios-altos, como Brasil, China y México”, señaló Gates. Pero según todas las medidas significativas, aún se parecía a una nación pobre: la esperanza de vida era de escasos 53 años, nueve años menos, en promedio, que sus vecinos de bajos ingresos en el África Subsahariana. Nigeria se dirigía a un futuro peligroso, a menos que cambiara de rumbo; es decir, que comenzara a invertir sustancialmente en la salud, educación y oportunidades económicas de su gente.
“Cada una de sus acciones tiene un efecto multiplicador. Actúan con un sentido de propósito”, Warren Buffett, Chairman y CEO de Berkshire Hathaway
“Puede que no sea cortés de mi parte hablar tan brusco cuando siempre han sido tan amables conmigo”, dijo Gates a los asistentes, desviándose un poco de sus comentarios preparados. No obstante, explicó, estaba “aplicando una lección” que había aprendido del empresario nigeriano y multimillonario Aliko Dangote, quien le comentó: “no tuve éxito al fingir que vendía sacos de cemento que no tenía”. Bill concluyó que “si bien puede ser más fácil ser amable, es importante enfrentar los hechos para que puedas progresar”.
Fue un discurso que “sacudió” al gobierno, de acuerdo con los titulares del día siguiente. Y sólo podría haber sido pronunciado por Bill Gates, opina Ngozi Okonjo-Iweala, presidenta de GAVI, la alianza internacional de vacunas, y quien dos veces se desempeñó como ministra de finanzas de Nigeria. Años antes, cuando Gates era el CEO de Microsoft, la compañía que cofundó con Paul Allen en 1975, no había tenido problemas para hablar sin rodeos a los líderes del gobierno –enérgicamente desafiante, por un ejemplo notable: el caso antimonopolio del gobierno de Estados Unidos contra la empresa durante la década de 1990–.
El Gates post-Microsoft aún era categóricamente sincero: “lo hizo en Nigeria, y no escatimó las palabras”, afirma Okonjo-Iweala. Aunque la franqueza ahora estaba impregnada de otra cosa: un sentido de propósito. Un tipo más susceptible de, bueno, pasión.
Esa es una palabra que se usa bastante en estos días para describir a Bill Gates, de 63 años, quien en las últimas décadas del siglo XX a menudo fue criticado por ser un depredador corporativo descarado y, a veces, sin alma.
Ray Chambers, un influyente filántropo estadounidense que ahora es el Embajador de
la Estrategia Mundial de la Organización Mundial de la Salud y que durante varios años se desempeñó como Enviado Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la Malaria, dice “la pasión de Gates por el tema” –lo que signifique para la salud global– “y su compasión por la víctima” son igualmente sorprendentes.
La doctora Helene Gayle, quien estuvo cinco años en la Fundación Gates, supervisando sus programas de VIH, TB y salud reproductiva, y que ahora es la CEO de The Chicago Community Trust, señala la palabra “determinado” antes de decir: “esa no es la palabra correcta: es demasiado ordinaria. Es entre determinado y apasionado. Me refiero a que este hombre está en una misión, y él es –la palabra es ‘undeterred’ (que no se deja intimidar)”.
Y si te estás preguntando qué es lo que impulsa este celo por recargarse perpetuamente, una gran parte de la respuesta se puede encontrar en el otro componente del nombre de su fundación: Melinda Gates (de 54 años).
Si el superpoder de Bill es hablar con la verdad a los poderosos, es posible que Melinda esté escuchando la verdad de los desfavorecidos –y luego asimilando y compartiendo ese secreto–, una sabiduría a menudo brutalmente reprimida. Para un orador de tono suave, por lo genral su voz tiene el mando de una campana de iglesia. Sin embargo, aquellos que conocen a Melinda aseguran que su sorprendente talento es simplemente la capacidad de escuchar.

a los Gates. Bill y Melinda sólo querían pasar tiempo escuchando a la gente | Foto: CORTESÍA DE BILL & MELINDA GATES FOUNDATION / PRASHANT PANJIAR
Gayle recuerda un viaje con Melinda y Bill a principios de la década del 2000 a la India, donde se reunieron con un grupo especialmente afectado por el VIH: las mujeres en la industria del comercio sexual. Melinda –como suele hacerlo–, se sentó en el suelo con las mujeres y escuchó.
“Muchas de ellas fueron despreciadas y estigmatizadas en sus propias comunidades”, recuerda Gayle; “así que le pidieron que escuchara todas estas historias y la vida que llevaban estas mujeres: por qué terminaron intercambiando sexo por la supervivencia, y lo que significaba para ellas que personas de fuera vengan y las escuchen, escuchen sus historias, estén dispuestas a abrazarlas y aceptarlas, y las traten como seres humanos con el mismo valor. Fue un momento muy, muy conmovedor”, cuenta.
En Mozambique, sucedió lo mismo. Los Gates viajaron a un área rural remota y hablaron con las mujeres sobre sus deseos de tener hijos al igual que de “sus temores de no poder atenderlos y cuidarlos”, explica Gayle. “Y Melinda se sentaba en el suelo, hablando de mujer a mujer acerca de las cosas que a las madres les preocupaba.
“Ella tiene esta habilidad extraordinaria para conectarse con todos”.
Raj Shah, el CEO de la Fundación Rockefeller, también trabajó en la Fundación de los Gates y viajó con frecuencia con sus fundadores; sin embargo, hay un viaje que destaca del resto: Bangladesh, diciembre de 2005.
El gobierno hizo todo lo posible para dar la bienvenida a la famosa pareja en Dhaka, poniendo sus caras en gigantes carteles colocados en la carretera desde el aeropuerto. Los Gates sólo querían visitar el famoso International Center on Diarrheal Disease Research o, como todos lo llamaban, “Cholera Hospital”.
Establecido en la década de 1960, el hospital ha sido durante mucho tiempo un epicentro de investigación sobre cómo ayudar a los niños con diarrea a sobrevivir.
“En ese momento”, relata Shah, “había un brote de cólera y estábamos caminando a través de él. No sé si alguna vez has visto un colchón para cuantificación de gasto fecal, pero básicamente es una cama plegable con un agujero en medio, y tiene una cubierta de plástico azul, por razones obvias”.
En cada cama había un niño. “Y los niños simplemente tienen diarrea constante”, cuenta Shah. “Hay cubos debajo de la cama para capturar todo. Y las madres se sientan junto a sus hijos y les dan constantemente una combinación de rehidratación oral, sales mezcladas con agua purificada y algunos otros electrolitos”. Esa ORS, como se llama, evita que el niño se deshidrate y muera durante el episodio diarreico.
Melinda se sentó junto a una madre y comenzó a ayudar a alimentar a su hijo con una cuchara, mientras que las dos mujeres –una originaria de Dhaka; la otra, nacida en un hogar de clase media en Dallas, EE.UU.–, hablaban por medio de un intérprete sobre lo que comieron en la cena.
Fue en ese momento que Shah se dio cuenta de que Melinda podía crear un vínculo con cualquier persona. Detiene por un momento la conversación: “mis recuerdos podrían estar mal.
Aunque sólo la recuerdo diciendo que ‘¡Oh, mi familia también comió arroz y frijoles!’. Simplemente así es ella: la gente se conecta con Melinda de una manera muy especial”.
Para evidenciar lo que sucede cuando una fuerza imparable se encuentra con un ser humano profundamente movible, simplemente hay que medir el impacto de la Fundación Bill & Melinda Gates.
Desde enero de 1995 hasta fines de 2017, su filantropía del mismo nombre ( junto con las fundaciones de la familia Gates anteriores que se fusionaron en la Bill & Melinda Gates Foundation en 2000) ha desplegado una canTidad extraordinaria, apenas cuantificable, de US$45,500 millones. (Cuando le pregunté a la fundación, en parte como hipótesis, si me podían enviar un informe de cada una de los apoyos que ha dado desde el inicio, obtuve una hoja de cálculo con 41,487 rubros).
Los US$45,000 millones han lanzado, y luego apoyado continuamente, lo que los expertos en salud global reconocen como dos de los partnerships público–privados internacionales más exitosos creados hasta ahora. El primero es GAVI, que ha ayudado a los países en desarrollo a inmunizar a 700 millones de niños contra enfermedades prevenibles.
El segundo es el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria. Este fondo, a través de sus propias alianzas comunitarias, ha puesto a más de 17 millones de personas en tratamiento de retrovirales para el VIH, ha atendido a cinco millones de personas con TB y ha tratado más de 100 millones de casos de malaria sólo en 2017; incluso, ha prevenido un incalculable número de infecciones de las tres enfermedades. (Además de los gobiernos nacionales, la fundación también es el mayor donante de la Organización Mundial de la Salud).
El dinero de Gates, trabajando por medio de la Iniciativa de Erradicación Mundial de la Polio, ha ayudado a poner esa horrible enfermedad paralizante al borde de la eliminación, dejando sólo dos lugares en la tierra: Afganistán y Pakistán, donde el poliovirus salvaje permanece activo. En 1988, la enfermedad se podía encontrar en 125 países.
La búsqueda de la erradicación es, como casi todos los esfuerzos de cualquier fundación, sofisticada y basada en datos. Los cazadores de enfermedades financiados por Gates han instalado sistemas de alcantarillado en las regiones más problemáticas del planeta para verificar si hay poliovirus oculto.
Asimismo, han utilizado datos satelitales digitales para comprender cuántos niños había en un área determinada y, por lo tanto, cuántos equipos de inoculación de casas necesitaban enviar.
La fundación ha gastado más de US$1,000 millones hasta la fecha para reducir la carga de las enfermedades tropicales antiguas e inadvertidas durante mucho tiempo que pueden causar todo, desde ceguera y anemia hasta hinchazón de extremidades (elefantiasis), y eso, a pesar del progreso realizado, continúa debilitando a una séptima parte de la población de la tierra.
Ha fortalecido los sistemas de salud en los países en desarrollo y ha traído innovaciones en la agricultura. (Cuando Bill comienza uno de sus blogs GatesNotes, que son bastante optimistas, dice: “nunca he sido tímido acerca de mi pasión por los fertilizantes”).
“Bill y Melinda tienen una especie de optimismo contagioso y piensan que estos son problemas que pueden resolverse”, Peter Sands, The Global Found
La fundación inició una conversación nacional en Estados Unidos sobre la reforma de la educación: una respaldada por datos, así como por dólares, aunque también ha habido mucho de ambos. (Gasta US$300 millones al año en el sistema K-12 de aprendizaje, y en aprender a aprender).
Los Gates, incluso, han cambiado la naturaleza y la escala de la filantropía familiar: asociarse con Warren Buffett en 2010 para convencer a otros multimillonarios que donen la mitad o más de su dinero durante su vida o en su testamento. Hoy, casi 200 familias se han unido al llamado “Giving Pledge”.
“Cada una de sus acciones tiene un efecto multiplicador”, señala Warren Buffett en una entrevista telefónica sobre la pareja, de quienes ha sido un amigo cercano durante décadas.
Su propia fortuna también se convirtió en parte de esa multiplicación, cuando donó 500,000 acciones de Berkshire Hathaway B a la Fundación Gates, un regalo por un valor de alrededor de US$1,600 millones.
No obstante, el impacto de Bill y Melinda Gates se debe a algo más que dinero. Buffett vuelve a su pensamiento anterior: “los dos tienen un efecto multiplicador, los dos juntos. Actúan con una unidad de propósito y con una diferencia de estilos”, explica, riéndose a carcajadas de la verdad de su propia línea: “eso acaba de llegar a mí, y es realmente cierto”.
“Están tan orientados a los resultados, que la mayoría de las personas no tiene idea de todas las cosas que no estarían sucediendo sin ellos”, dice Bono, quien, al igual que los Gates, ha sido un defensor incansable de la salud mundial –y ha recibido fondos de la pareja para sus propias campañas de (RED) y ONE–.
“Desde que los conozco, su único interés en sus ingresos son los resultados que pueden generar para otros en términos de cambiar vidas”, agrega. “No piden reconocimiento; ellos simplemente continúan. Preparan la escena, contratan al fotógrafo; pero están tan centrados en los resultados que a veces olvidan estar en su propia fotografía”.
Su trabajo durante los últimos 20 años ha transformado la vida de cientos de millones de personas, y seguramente afectará a miles de millones más si la investigación que están financiando ahora ayuda a prevenir y curar el SIDA, la tuberculosis multirresistente, la malaria, las enfermedades tropicales desatendidas y la gripe. Ayudará aún más si el trabajo que están haciendo ahora para empoderar a las mujeres, proporcionar saneamiento, impulsar la agricultura y mejorar la educación (y también el acceso a ella) llega a buen término.
Por todo eso, Fortune ha elegido a Bill y Melinda Gates como World’s Greatest Leader 2019. Aunque la elección, concretamente, es singular; el poder de su liderazgo es en definitiva doblemente poderoso.
Para entender cómo los Gates ejercen su liderazgo, ayuda pensar en inodoros. Esto es solamente una conjetura, claro, aunque es probable que haya pocas personas en el planeta que estén más entusiasmadas hablando de inodoros que Bill Gates.
En un mundo en el que hasta 4,500 millones de personas no tienen un “saneamiento administrado de manera segura”, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, y de quienes casi 900 millones (en su mayoría habitantes de zonas rurales) aún defecan al aire libre –un aparato de tratamiento de residuos seguro, accesible y autosuficiente, que no requiere agua corriente ni alcantarillado es la sine qua non (condición sin la cual no) de las intervenciones de salud pública–.
Para probar el punto, Bill volvió a subir al podio y viajó a Beijing en noviembre pasado para la Reinvented Toilet Expo. Junto a él, para su participación compartida, había un frasco de excremento humano. “Esta pequeña cantidad de heces”, dijo Gates, “podría contener hasta 200 trillions de células de rotavirus, 20,000 millones de bacterias Shigella y 100,000 huevos de gusanos parásitos”.
A pesar de las risas en la audiencia, dicho contenedor estaba lleno de cosas mortales: en gran parte del mundo en desarrollo, de hecho, es un arma de destrucción masiva, como lo demuestran las epidemias aparentemente ininterrumpidas de cólera, fiebre tifoidea, disentería, hepatitis y enfermedad diarreica.
La expo de inodoros mostró una serie de ingeniosos prototipos, los “avances más significativos en saneamiento en casi 200 años”, los llamó Bill. Por su parte, la Fundación Gates ha invertido unos US$200 millones en este esfuerzo hasta el momento.
Pero como Bill y Melinda explicaron en una entrevista conjunta en Seattle a fines de marzo, los inodoros reinventados representaban algo potencialmente aún más liberador. Los baños eran un vínculo directo con la salud de las niñas y mujeres y, en última instancia, su empoderamiento económico.
En África Subsahariana, una de cada 10 niñas en edad escolar no asiste a la escuela durante su período menstrual, según UNICEF, y muchas abandonan sus estudios después de que comienza la menstruación.
“Piensa en lo que significa que un niño pierda cinco o seis días y cuánto se atrasa”, comparte Melinda. A veces es la amenaza de violencia lo que mantiene a una mujer o niña alejada de una letrina pública, y como generalmente son las mujeres quienes llevan a sus hijos al baño, tiene un efecto en cascada.
“Tenemos que trazar la línea” entre todos estos puntos de datos de conexión, asegura Melinda. “Porque si las personas no dibujan las líneas, si solamente hablamos acerca de la importancia del saneamiento en términos de la salud de las personas”, no comprendemos por completo las oportunidades y los desafíos. “Lo que hemos aprendido en nuestro trabajo es que también tienes que hablar sobre los elementos de género, porque son específicos”, sentencia.
De hecho, como Melinda descubrió en su recorrido de dos décadas por el mundo en desarrollo, para prácticamente todo lo que tiende a limitar el capital humano, hay una línea que lo conecta con el género de alguna manera.
La más gruesa de ellas, sin duda, concierne a los derechos de las mujeres a determinar si se casan y cuándo hacerlo, así como a decidir cuándo tener hijos. Ambas decisiones, en gran parte del planeta, han sido negadas para las mujeres, con consecuencias devastadoras y transgeneracionales.
Melinda, una católica practicante que asistió a una escuela secundaria católica sólo para mujeres en Dallas (donde se graduó con honores), se ha encontrado con la resistencia de algunos sectores en los esfuerzos de planificación familiar, que incluyen ofrecer a las mujeres acceso a la anticoncepción.
Sin embargo, como explica Geeta Rao Gupta, una senior fellow de la Fundación de las Naciones Unidas en Washington, DC, la postura de la Fundación Gates sobre la planificación familiar ha sido, como con todo lo demás que hace, sobre “satisfacer necesidades insatisfechas”.

Foto: CORTESÍA DE BILL & MELINDA GATES FOUNDATION / PRASHANT PANJIAR
No se trata de decirle a las mujeres en países en desarrollo que tengan menos hijos, apunta Rao Gupta: “las mujeres quieren controlar su fertilidad. Están pidiendo anticoncepción. No quieren tener tantos hijos o demasiados hijos, y no tienen la capacidad, las herramientas que están disponibles para el mundo, para poder hacer esa elección”.
Llenar ese vacío no es cuestión sólo de comprender las barreras sociales, culturales o religiosas, por importantes que sean. “Lo que Melinda descubrió fue que existían barreras de suministro y barreras logísticas para que los anticonceptivos sean accesibles para las mujeres.
Entonces, incluso cuando las sociedades estaban abiertas a esa idea, había desafíos”, señala Rao Gupta, quien también fundó el Programa 3D para Niñas y Mujeres, que se centra en el empoderamiento económico.
También había otras líneas de género, como aquellas que conectan las opciones de nacimiento con la educación y luego con la mortalidad infantil. Cuando se trata de la supervivencia de niños menores de cinco años, explica la CEO de la Fundación Gates, Sue Desmond-Hellmann, quien es tanto médico-científica como exrectora de la Universidad de California en San Francisco, “uno de los mejores determinantes de la salud de un niño es el nivel de educación de la mamá”, afirma.
“Entonces, cuando inviertes en la educación tanto de los niños como de las niñas, lo que hoy en día hace feliz a la mayoría del mundo, estás invirtiendo en el futuro de esas mujeres como madres, y en la salud de sus hijos”, agrega.
Melinda, quien obtuvo una licenciatura en ciencias de la computación de la Universidad de Duke y un MBA de Duke’s Fuqua School, y que pasó los siguientes nueve años en Microsoft, ha estudiado cuidadosamente los datos de las barreras de género. Y la información que aún no estaba disponible, la ha comisionado a su fundación.
Sobre todo, Melinda ha aprendido a través del contacto directo en persona, una especie de ósmosis humana: escuchando a las mujeres en grupos de autoayuda en la India; al hablar con niñas y madres de todo el mundo, desde Bangladesh a Indonesia. Esta idea surgió cuando ella y su hija de 17 años, Jenn, pasaron la noche en el “cobertizo de las cabras” de una pareja Masai en la aldea tanzana de Mbuyuni, al igual que en su estadía en Malawi con su hijo Rory.
“No es nuestra posición absoluta de donde empezamos como una fundación”, dice Melinda. “Pero diría que en los últimos seis, siete años, realmente hemos empezado a hablar sobre este tema de género y hemos hecho inversiones específicas para asegurarnos de resolverlo”.
La compleja interacción entre el género, la salud y las oportunidades globales también es el tema del libro de Melinda, The Moment of Lift, que se lanzó en abril. Las historias que contiene son a menudo crudas y conmovedoras.
Aunque el tema real del libro, como en todas las cosas de los Gates, parece ser, el optimismo: lo que Bill y Melinda ven como las oportunidades infinitas de arreglar lo que nos está derrotando y “procurar un momento de aliento para los seres humanos”, como escribe Melinda en su libro.
“Lo que es realmente impresionante es que Bill y Melinda tienen una especie de optimismo contagioso y piensan que estos problemas pueden resolverse”, señala Peter Sands, ex-CEO de Standard Chartered y ahora director ejecutivo de The Global Fund.
“La humanidad tiene una enorme capacidad para innovar, pensar y encontrar formas de hacer las cosas. Y cuando pasas un tiempo con ellos, están constantemente en un modo de decir: ‘¿qué hacemos a continuación?’. Creo que es un giro fantásticamente catalítico e inspirador que dar”.
“Tenemos que poder ver la realidad de lo que está sucediendo en el mundo. Pero [también] tenemos que creer que el mundo está mejorando”, Melinda Gates
Ambos Gates reconocen cuán esencial es esta visión del lado positivo de la misión, y parecen manejarla en casi todos los discursos y presentaciones públicas. “El optimismo es fundamental para nuestro trabajo”, me comparte Melinda en nuestra entrevista de marzo en Seattle.
“Tenemos que ser capaces de ver la realidad de lo que está pasando en el planeta, saberlo y escucharlo. Pero tenemos que creer en mejorar el mundo. Y creemos que está mejorando porque de hecho está mejorando”.
Un niño nacido hoy en día tiene la mitad de probabilidades de morir antes de los cinco años, en comparación con uno nacido en el año 2000, detalla Melinda. Las partes más pobres del planeta son menos pobres de lo que eran.
“Y tenemos que mantener esa creencia en el progreso y ayudar a otros a mantener esa creencia para que nos acompañen en el viaje. Porque mira, el viaje que estamos haciendo no es en solitario. Muchos, muchos, muchos socios deben estar en la mesa para desarrollar, por ejemplo, una nueva vacuna o una nueva tecnología que beneficie a todos”.
Bill dice: “yo diría que ese tipo de optimismo es particularmente importante ahora que hay una especie de giro hacia adentro [políticamente hablando], y la confianza en varias instituciones se ha reducido drásticamente”.
“Muchas de las cosas que hacemos toman mucho tiempo”, agrega. “Quiero decir, hemos estado trabajando en una vacuna contra el VIH durante más de 15 años, y probablemente pasarán 10 años más antes de que lo consigamos, por lo que son 25 años en total.
Para la erradicación de la malaria, si las cosas van bien, faltan 20 años. El esfuerzo contra la polio inició en 1988; no nos comprometimos hasta el 2000. Ya sabes, es un largo viaje”.
Es un desafío, asegura, cuando se trata de que la gente se comprometa, especialmente cuando el impacto inicial del esfuerzo, como en la reducción de la malaria, está muy lejos de muchos de los patios delanteros de los donantes. “El optimismo”, enfatiza, “es una parte clave para involucrar a las personas”.
“Sí, tenemos que creer en lo que es posible”, añade Melinda. “No es en absoluto un optimismo ingenuo. Es un optimismo realista. Estamos tratando de imaginar el futuro, como los líderes imaginan el futuro de su compañía o su misión. Y para nosotros es una misión en donde todas las vidas tienen el mismo valor”.
El argumento a favor del optimismo tiene una evidencia tremendamente positiva en Ruanda. Un cuarto de siglo después de que un genocidio destrozara al ya de por sí pobre país del este de África, Ruanda es un caso de estudio de lo que es posible.
Dirigido por la doctora Agnes Binagwaho, exministra de salud de la nación, y otros, Ruanda ha invertido constantemente en infraestructura de salud, atención primaria, vacunación infantil masiva y salud materna.
Grupos como la Fundación Gates, GAVI, The Global Fund y Partners in Health, cofundados por Paul Farmer, quien vivió en Ruanda durante años, han financiado el esfuerzo de manera sustancial. Aunque gran parte de la innovación y el trabajo de fondo ha sido labor local. La mortalidad infantil, mientras tanto, ha caído de una de las tasas más altas en África Subsahariana a una de las más bajas.

El cambio es tan extraordinario que Farmer, un profesor de medicina social y de salud global de Harvard y pionero en el tratamiento de la tuberculosis, ha lanzado un centro académico para estudiarlo: University of Global Health Equity. (Binagwaho ha sido nombrado vicerrector).
“Lo vemos en muchos lugares: ejemplos reales de gobiernos que hacen inversiones: trabajan con agencias de la ONU, ONG, u otros, pero realmente impulsan su propio futuro invirtiendo en sus jóvenes”, afirma Desmond-Hellmann. “Está sucediendo no sólo en Ruanda, también en Etiopía, Bangladesh y en otros sitios”.
Sin embargo, es un trabajo que debe ser constante, señalan los Gates, y virtualmente todos los demás expertos en salud global. La verdad aleccionadora es que Ruanda, al igual que en el caso de Nigeria, está a la vanguardia: si los esfuerzos para combatir la malaria, la tuberculosis, el VIH y las enfermedades tropicales se vuelven más o menos estáticos, los casos de enfermedades no se estabilizan, sino que aumentan. Y la próxima generación de niños pierde terreno.
Es por eso que ahora los Gates están tan concentrados en reponer las contribuciones para The Global Fund, un esfuerzo trienal de recaudación de fondos que se lleva a cabo en octubre, y el reabastecimiento de combustible financiero de GAVI después de eso. Estas dos instituciones son los miembros extendidos de la Fundación Gates, mientras que la pareja ha gastado más de su dinero filantrópico en apoyar programas de prestación de salud como estos que en cualquier otro rubro.
“Podrían haber elegido hacer cualquier cosa de sus vidas”, opina Warren Buffett, “y ambos no solamente están gastando dinero, sino grandes cantidades de su tiempo y energía en todo el mundo para mejorar la vida de las personas. Hay que pensar en ello”.