A diferencia de muchos inversionistas, Katie Rae es una fanática de las startups que asumen problemas grandes y complicados.
Entrevista por Renae Reints
La inversionista Katie Rae quiere demostrar que la tough tech vale el trabajo duro que implica. The Engine, el fondo de US$200 millones que ella dirige, invierte en startups cuyos productos requieren años de investigación y desarrollo antes de que estén listos.
En resumen, son starups que muchos otros inversionistas evitan –por ejemplo, una firma que está buscando una forma viable de generar energía de fusión– porque necesitan más tiempo para despegar en comparación con una app típica de fotografía. Además, estas empresas requieren de más tiempo para dar resultados, si es que alguna vez lo logran.
El fondo –con tres años de operaciones– de Rae es una filial independiente del MIT, en Cambridge, Massachusetts. La escuela, cuna para el desarrollo de tecnología innovadora, quería ayudar a los fundadores a hacer realidad sus ideas para cambiar al mundo.
Desde su creación, The Engine ha invertido en más de una docena de startups centradas en energía, agricultura y salud. El fondo adopta un enfoque holístico, proporcionando a las nuevas empresas espacio, equipos y vínculos comerciales junto con capital a largo plazo.
Rae es una veterana de la escena tecnológica de Boston: cofundó Proyecto 11 y el capítulo Boston del Startup Institute, y se desempeñó como directora ejecutiva de Techstars Boston, un programa de aceleración de startups.
Fortune habló con Katie Rae sobre The Engine y los desafíos éticos que enfrentan algunas compañías de tecnología. Lo siguiente ha sido editado en extensión y a favor de la claridad.
FORTUNE: ¿En qué se diferencia la forma de trabajo de The Engine frente a otras firmas de capital de riesgo?
KATIE RAE: Tenemos un enfoque real en lo que llamamos tough tech, y también la misión de hacer crecer a estas nuevas empresas en la región de Boston. Hacemos muchas cosas que la mayoría de los fondos de capital de riesgo no hacen.
En este momento contamos con un espacio de 30,000 pies cuadrados. En los próximos años, tendremos 10 veces más. Ayudamos a las startups a obtener acceso a equipos –high end y high tech–. Nuestra relación con MIT es estrecha, y pensamos que es una red extraordinaria a la que se pueden unir todos estos creadores. The Engine, además, establece un marco de tiempo más largo. Ofrecemos un horizonte de inversión de hasta 18 años, lo que nos permite pensar en apuestas más altas y de más largo plazo, que podrían cambiar el mundo.

F. ¿Cómo elige The Engine a qué startups financiar?
K.R. En primera instancia nos preguntamos: “¿existe un equipo extraordinario que no sólo entiende la tecnología, sino que también sabe cuál es el mercado al que apunta y cómo quiere abordarlo?”. Realmente queremos asegurarnos de que sea un grupo de personas con una misión propia. ¿Tienen un equipo con poder de permanencia para lograrlo?
Después, exploramos: “bueno, vamos a analizar el mercado. ¿Estamos creando un mercado o haciendo disrupción en él? ¿Este equipo cuenta con un plan para realizar eso?”. Obviamente, somos inversionistas en etapa inicial, por lo que el plan evoluciona con el tiempo.
F. ¿Cuáles son algunas de las inversiones que más te han entusiasmado?
K.R. Es difícil elegir una favorita. Commonwealth Fusion Systems es una startup apasionante. Si puede demostrar que puede desarrollar el imán superconductor más grande del mundo de energía de fusión, entonces es una empresa que cambiará el mundo.
Luego está Cellino [una startup que usa láseres y nanotecnología para programar un cierto tipo de crecimiento de células madre]. Los cuatro fundadores son una mezcla entre físicos, biólogos e ingenieros mecánicos.
Otra que nos entusiasma es Zapata Computing. Este equipo está trabajando con algunos de los industriales más grandes a nivel global para resolver problemas reales que solamente la computación cuántica [un proceso complicado que permite realizar cálculos más rápidos] puede resolver.
F. ¿Cómo ha afectado The Engine a la escena tecnológica de Boston?
K.R. En octubre celebramos nuestra primera Cumbre de Tough Tech, que reunió a muchas personas con las que trabajamos en Boston, ya sean diferentes organizaciones, instituciones académicas, capitalistas de riesgo o fabricantes. Sí, una parte es para nuestras empresas. Pero también es para todo este ecosistema de Boston.
F. Algunas startups en la cartera de The Engine involucran ingeniería genética o Inteligencia Artificial. ¿Cómo manejas las preocupaciones éticas?
K.R. He estado trabajando con el exsecretario de Defensa, Ash Carter, en el último año para reunir a algunas personas extraordinarias para hablar acerca de estas preocupaciones éticas. Y nos cuestionamos: ¿qué estamos desatando en el mundo y cómo puede servir para hacer el bien?
Realmente nos involucramos con las personas que lo analizan, y también nos comprometemos con nuestras compañías para pensar cómo usarán su tecnología. Hay un grupo en el que no hemos invertido porque no creemos que han pensado en las ramificaciones éticas de lo que están haciendo. Estas cosas son a menudo difíciles, y se mueven en áreas grises.
F. Como directora ejecutiva en la industria de la tecnología, ¿cuál es tu opinión sobre la situación de las mujeres en la tecnología y cómo crees que ha afectado el movimiento #MeToo? K.R. Lo que es emocionante es que muchas personas se han dado cuenta de que hay problemas reales. Es una conversación que en este preciso momento está abierta.
Sin embargo, no creo que sean solamente mujeres. Pienso que si observas hacia dónde va el capital, un porcentaje muy pequeño va a las mujeres; pero un porcentaje aún menor va a los afroamericanos y latinos.
Creo que la mayoría de las personas se dan cuenta de que tenemos un problema al adjudicar equitativamente a la tecnología. Tenemos un problema con la asignación de capital. Creo que es preciso solucionar ese problema y mucha gente quiere que eso suceda.
Startups fundadas por mujeres generan más ingresos con menos fondos