El brote de coronavirus que empezó en la China industrial ha puesto de manifiesto los débiles vínculos en las cadenas de suministro mundiales.
Por Erika Fry
Mucho ha cambiado en las semanas desde que los médicos en Wuhan, China, notaron un grupo de casos que involucraba a una enfermedad misteriosa tipo neumonía.
Esa enfermedad —un virus que se cree que pasó de murciélagos a otra especie antes de saltar a los humanos en alguno de los mercados de animales vivos en Wuhan— ha viajado alrededor del mundo con una eficiencia asombrosa e infectado a decenas de miles en docenas de países. Varios cientos han muerto. (El viaje de este nuevo coronavirus ha sido tan rápido que apenas se le dio un nombre oficial a la enfermedad: COVID-19).
En ese mismo tiempo, científicos chinos secuenciaron el genoma del patógeno y lo compartieron en línea, lo que desencadenó una oleada de trabajo en todo el mundo para vencer a la enfermedad. Ya se han publicado grandes cantidades de documentos científicos y hay varias vacunas en desarrollo.
No obstante, a pesar de este rápido movimiento de colaboración internacional y en esta era de tecnología de punta, inteligencia artificial y secuenciación genética, los gobiernos más poderosos y con más recursos del mundo también han recurrido a algunos de los instrumentos más contundentes imaginables.
Una cuarentena masiva de más de 50 millones de personas en China, y restricciones de viaje y visa en más de 70 países. (Esas medidas draconianas han tenido algunos giros de última tecnología: drones habilitados al habla operados por la policía que patrulla las calles cerradas de Wuhan; conductores de Uber a quienes se les ha alertado sobre posibles pasajeros portadores del virus en zonas muy alejadas del centro de contagio, como México).
La Organización Mundial de la Salud, que repetidamente desalentó la limitación de los viajes y el comercio, clasificó recientemente el contagio como una Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional, y dijo que representa una amenaza muy grave para el resto del mundo.
Mientras tanto, los negocios toman medidas que son igual de drásticas. Algunas de las principales aerolíneas del mundo han anunciado que no volarán a China —el hogar de más de 1,300 millones de personas y la segunda economía más grande del mundo— hasta abril, cuando menos. Miles de fábricas chinas, durmientes durante las celebraciones del Año Nuevo Chino, todavía no abren.
¿Dónde nos deja esta serie de eventos extraordinarios? En una señal de que este puede ser el tipo de suceso de cisne negro que preocupa a las empresas y los inversionistas, los expertos dicen que simplemente no lo saben.
Tanto epidemiólogos como economistas han luchado para poner cifras o dar contexto a lo que ven. Los primeros intentos por comparar este brote y sus impactos probables con el brote de SARS (síndrome respiratorio agudo severo) de 2003, también causado por un coronavirus, han sido abandonados, dado el mayor papel que tiene China en la economía mundial y la propagación mucho más rápida del COVID-19.
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“Tratar de contener esto es como tratar de contener el viento”, dice Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Políticas de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota. Como muchos epidemiólogos, sospecha que las medidas agresivas para restringir el movimiento harán poco para detener la propagación de la enfermedad y podrían empeorar las cosas.
Yanzhong Huang, investigador senior para la salud global en el Consejo de Relaciones Exteriores, argumenta que la respuesta ha sido desproporcionada y ha provocado algunas consecuencias por su ejecución, como una grave escasez de suministros médicos y camas de hospital en Wuhan, pero agrega que la urgencia de la situación obligó a China a tomar medidas extremas.
Tanto si el cierre global puede o no detener el virus, los costos económicos del esfuerzo serán enormes. Los trabajadores de la región de Wuhan, cuyo número más que duplica el de los 15 millones de trabajadores de la fuerza laboral de Malasia, son una parte vital de la cadena de suministros global para las industrias automotriz, electrónica, farmacéutica y de la moda, entre otras.
Apple y Hyundai están entre las empresas que ya han reconocido interrupciones en sus cadenas de suministros, y el fabricante de automóviles de Corea del Sur suspendió la producción en algunas fábricas debido a escasez de piezas.
“Nunca hemos visto algo como esto”, dice Yossi Sheffi, director del Centro de Transporte y Logística del MIT, sobre el potencial del brote. “China es un enorme fabricante de piezas intermedias. Una vez que hay cierres de fábricas, afectarás a todos”.
Nota que algunas empresas pueden ser lentas para reconocerlo. “Las cadenas de suministro son muy opacas”, dice, y señala que le tomó casi tres meses a GM darse cuenta de que el desastre de 2011 en Fukushima había provocado problemas de suministro de miles de piezas. (La empresa calculó inicialmente que solo 30 serían afectadas).
Ron Keith, quien dirige una firma de consultoría y servicios de cadenas de suministro, dice que el brote tiene el potencial de ser “catastrófico” para la industria electrónica si las fábricas chinas no reinician labores en los próximos días.
Todd Lee, economista con IHS Markit, estima que el costo total del brote para la economía será de entre 90,000 y 270,000 millones de dólares, y dependerá de cuándo aminore.
Claro, puede haber una catástrofe humana más significativa si el coronavirus continúa propagándose tan rápidamente por el mundo. Especialistas en enfermedades infecciosas como Amesh Adalja, de Osterholm y Johns Hopkins, dicen que ese es un escenario para el que deberíamos estar preparados.
Cómo lo manejamos, dicen, depende de la gravedad del virus —algo que sigue sujeto a debate y estudio—. (Se estimó recientemente que mata al 1% de los afectados; en comparación, la gripe estacional mata al 0.1%).
Adalja espera que finalmente circule como una gripe estacional, aunque sea una potencialmente más peligrosa. Sin embargo, eso tiene precedentes, agrega, y señala que actualmente vivimos con varias enfermedades respiratorias virales que están “ahí fuera y salen de la nada”.
Eso requiere un mayor nivel de preparación y más inversión en investigación, preparación y prevención, dice.
“Los coronavirus han estado en nuestro radar desde el SARS, y 17 años después seguimos sin vacunas y antivirales contra ellos”.
Muchos miembros de la comunidad de la salud pública lamentan ese hecho, y señalan que el interés y financiamiento para desarrollar esos medicamentos tan cruciales —que probablemente no produzcan grandes ganancias— tienden a desaparecen en cuanto pasa la amenaza.
De hecho, eso es lo que sucedió con un esfuerzo para desarrollar una vacuna contra el SARS, liderado por Peter Hotez, del Hospital Infantil de Texas. Llegó hasta modelos animales antes de que el dinero se agotara.
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Para prevenir otro brote, argumenta Adalja, los funcionarios de salud deben ser mucho más diligentes sobre el diagnóstico de enfermedades infecciosas inexplicables, aunque parezcan leves: “Nunca va al oncólogo y le dicen que tiene cáncer, pero no saben de qué tipo”, dice.
“Pero hacemos eso todo el tiempo” con infecciones como neumonía y bronquitis. Adalja llama a las fuentes no probadas de dichas infecciones “materia oscura biológica”, con lo que evoca a la materia y energía misteriosas que constituyen el 95% del Universo. Para la economía global, la materia oscura viral podría ser la fuente de futuros cisnes negros.