El líquido ámbar más deseado tiene una historia llena de magia y secretos. Déjate encantar por el extraordinario sabor del whisky que rompe paradigmas.
¿Qué nos imaginamos al oír la palabra whisky? Quizá viene a la mente la clásica escena de Casablanca (1942) con un melancólico y devastado Humphrey Bogart vestido en un impecable esmoquin blanco o, en una referencia más reciente, fantaseamos con el encantador Don Draper de Mad Men con un vaso de whisky solo en su oficina en Sterling Cooper, la agencia de publicidad donde funge como director creativo en un Estados Unidos floreciente y lleno de esperanza durante la década de 1960.
Sea como sea, lo más probable es que al hablar de esta bebida espirituosa nos encontremos frente a un imaginario bastante bien definido que indudablemente nos lleva a una palabra clave: lujo. Sin embargo, para entender esta construcción, primero hay que comprender su origen.
WHISKY: EAU DE VIE
Como cuenta Örjan Westerland en su libro Whisky. Historia, elaboración y disfrute, en
la antigüedad el proceso de destilación parecía misterioso y mágico debido a que su práctica era realizada por alquimistas entregados al mundo esotérico, quienes tenían como desafío encontrar el quinto elemento, una sustancia incorruptible, etérea, que duraría para siempre y que, además, convertiría los metales base en oro. Como ejemplo de esta práctica encontramos a Arnaldo de Villanueva, considerado el primer europeo en describir a detalle el proceso de destilación del alcohol.
En la segunda mitad del siglo XIII el también profesor de química estaba seguro de haber encontrado el elemento número cinco: el alcohol. Sus efectos contrarrestaban el frío y eran percibidos como beneficiosos. En las propias palabras de Villanueva “alarga la vida, aleja el mal humor y mantiene joven al hombre”; por lo que fue bautizado como “agua de vida”. Este término en gaélico es traducido como uisge beatha o usquebaugh, y en inglés terminó por llamarse whisky.
Remontémonos ahora a la Edad Media. Es imposible imaginar al whisky sin Escocia y viceversa. Es ahí donde se centra la mayor parte de su historia y desarrollo. La primera referencia acerca del whisky en Escocia está datada en 1494 cuando el rey Jacobo IV, entusiasta de la bebida, adquiere una cantidad considerable de malta por su firme creencia en sus propiedades medicinales. El pedido del rey era de aproximadamente 1,200 kilos, ello sugiere que la producción y consumo de whisky estaba ya bien establecida para finales del siglo XV. En el ámbito médico los destilados se creían la cura de males como la gota, el mal humor y la peste.
En realidad los beneficios medicinales no eran del todo una locura. Tanto la cerveza como el whisky escocés eran saborizados con ingredientes provenientes de la naturaleza. Plantas como la menta, tomillo, enebro, hinojo e incluso arándanos, se utilizaban para mejorar el sabor de las bebidas aunque también servían como un refuerzo medicinal.
No tomó mucho tiempo para que las personas descubrieran que no tenían que estar enfermas para tomar whisky, lo bebían en ocasiones especiales y momentos cruciales de su existencia. Desde darle la bienvenida a un recién nacido hasta llevar a un buen amigo a la tumba. Al tomar un gran papel en la vida de las personas era inevitable que el gobierno comenzara a involucrarse. Es en 1579 cuando se decide en las asambleas legislativas que el arte de destilar alcohol de malta se centraría en las clases altas y aristocracia debido a la escasez de cereales. Aquí es donde el whisky empieza a perfilarse como una bebida exclusiva en el imaginario colectivo.
ADIÓS AL DEBER SER
Es difícil no sentirse cautivado por un líquido tras el que hay tanta dedicación, lealtad y magia. Siglos de historia y especialización artesanal le dan a esta bebida una habilidad constante de sorprender a sus consumidores, pero este gran poder lleva consigo ciertos mitos. Es común escuchar afirmaciones como “sólo Escocia hace buen whisky”, “el buen whisky se toma solo” y el más frecuente “el whisky es una bebida sólo para hombres”.
Desmintamos el primero. Países como Canadá, Japón e Irlanda han estado en la escena desde hace algunos años con resultados bastante satisfactorios. Por ejemplo, el país nipón ha logrado crear un sello propio alejado de la sombra de Escocia en parte gracias a sus productores principales Suntory y Nikka. Y claro, no hay que olvidar la industria estadounidense que ha ganado su respeto propio a través del bourbon cuyo camino te lleva inevitablemente a Kentucky.
Sin embargo, estos países no son los únicos. Poco a poco se han incorporado naciones que resulta extraño imaginar como productores de whisky. En un artículo para Esquire Aaron Goldfarb, escritor del libro Crimes against whiskey, menciona que países como Francia, España, Sudáfrica, Nueva Zelanda e incluso México –con una botella proveniente de Oaxaca llamada Pierde Almas– están creando productos localmente que pretenden competir con las marcas ya establecidas. Culpa de este fenómeno se le atribuye a la extensión de la cultura culinaria de alta gama que atrae hacia el siempre encantador y ostentoso mundo del whisky.
Para Manir Farah, brand ambassador de The Macallan, el segundo mito tiene algo de verdad: “la historia y la tradición nos han enseñado que la mejor forma de degustar las propiedades de origen de un whisky es solo, sobre todo en etiquetas de alto valor. Aunque en realidad, la única forma correcta de hacerlo es de la manera que más te guste disfrutarlo”.
La mixología se ha convertido en un pilar clave para la industria y el whisky no se ha quedado atrás. Cócteles como el old fashioned o el manhattan son los más tradicionales que hay; sin embargo, con los ingredientes correctos se pueden resaltar las propiedades de cualquier whisky, sin importar su origen.
Esta bebida está relacionada con la masculinidad de manera intrínseca. Pero este estereotipo se ha desdibujado paulatinamente. Tras algunos rumores de que la campaña de la botella de Black Label Jane Walker edición especial que reemplaza la mítica figura masculina de Johnnie Walker por una femenina era sólo una estrategia de mercadotecnia para aumentar las ventas, la VP, Stephanie Jacoby, insistía en que todo era un malentendido. “No se trataba de hacer un whisky para mujeres. Nunca haríamos nada para los ‘paladares de las mujeres’. Los sabores no tienen sexo”.
En la actualidad, el whisky continúa jugando de manera directa un rol social, cultural y de estatus que no pretende detenerse todavía. Mientras que los productores tradicionales continúan alabando el patrimonio e integridad, la nueva generación de creadores está recurriendo a la innovación y colaboración para darle un nuevo giro a la industria. De esta manera, logra seguir capturando a los paladares de viejos consumidores y atrapar a los nuevos. ¡Salud por el interesante mundo del whisky!
Por Andrea Norzagaray