Aun con el impulso que ha recibido el emprendimiento nacional, el país no ha producido un unicornio disruptor como Uber o Rappi. Pero quizá la verdadera disrupción sea que México no lo necesite. ¿Cuál será el panorama del Venture Capital sin el INADEM?
Si se juszagara únicamente por la cantidad de unicornios –startups valuadas en US$1,000 millones o más– o de salidas (exits) multimillonarias, el ecosistema de emprendimiento en México podría considerarse fallido. No es que haya faltado entusiasmo. Surgido como tal desde la década pasada, este ecosistema –compuesto por emprendedores, empresarios, inversionistas, el sector público, el educativo y el mediático– ha hecho todo lo posible por lograr repetir el éxito de sus símiles en Argentina, Israel o Silicon Valley: mediante el capital de inversionistas, crear empresas con base tecnológica que sean rentables y den buenos retornos.
Se incorporó el término “emprendedor” al vocabulario cotidiano y con él llegó la evangelización para apoyar al emprendimiento, tolerar el fracaso y, quizá primordialmente, perseguir capital. Se crearon premios nacionales para los emprendedores y se fundó, por primera vez en la historia, una entidad gubernamental a nivel federal dedicada en título y propósito al sujeto que emprende: el Instituto Nacional del Emprendedor o INADEM.
Pero ahora que ha terminado el período de la administración federal que creó este organismo, existen otros datos que, adicionales al del unicornio inexistente, apuntan a que el avance del ecosistema ha sido tibio. La constitución de las entidades económicas en México permanece casi igual que hace una década: según el INEGI, el 98% de ellas son pequeñas y medianas empresas y aportan el 73% de los empleos nacionales, aunque sólo concentran el 52% del PIB del país.
Los empresarios más importantes aún son los mismos y siguen siendo, en su mayoría, hombres de compañías con tradición familiar; ninguno ha sido sustituido por un joven de carrera trunca que haya transformado alguna industria con su innovadora empresa tecnológica. Los inspiradores outliers, aquellos que han emprendido sin el apoyo o relación de sus poderosas familias son prácticamente invisibles –o peor aún, sus historias terminaron en acusaciones de fraude o de corrupción–.
Sin embargo, aun cuando Elon Musk no tiene un equivalente mexicano, la permanencia del INADEM en el próximo sexenio parece improbable y la historia de Yogome desilusionó a los creyentes del emprendimiento mexicano tecnológico, sería una terquedad negar que la estructura del capital en el país sí se ha transformado durante la última década.
La ausencia de un unicornio nacional no invalida la fortaleza de un ecosistema como el mexicano. Es, a lo mucho, señal de que está terminando de madurar.
Al voltear hacia los últimos años para determinar si el experimento emprendedor ha sido exitoso, la métrica a observar no es la que mide cuántos animales míticos empresariales han surgido y por cuánto dinero se han vendido. Resulta mucho más informativo identificar de dónde sale el dinero que hoy permite el surgimiento de nuevas empresas: los fondos de capital privado y venture capital que se han consolidado en el país desde el 2012. Contando la historia desde su punto de vista, el hecho de que siquiera exista el emprendimiento en México resulta por sí solo un éxito rotundo.
De empresa familiar al family office
Durante décadas, la historia del empresariado nacional ha estado concentrada en el poder del apellido. Los más conocidos se relacionan precisamente con las compañías más grandes y antiguas del país: Bimbo, Cemex, América Móvil, Mexichem, Grupo Bal. Adicionales a CFE y Pemex, que son propiedad del Estado, las únicas empresas privadas de México que este año figuran en el listado Global Fortune 500 son FEMSA y América Móvil. Esta última lleva 12 años en la lista –la segunda mexicana que más tiempo ha estado en el ranking además de Pemex, que lleva 24–.
La trayectoria de estas compañías se debe en gran medida a la reinversión y administración del patrimonio familiar. Por eso, han podido sobrevivir al paso del tiempo y son prácticamente inmunes a la estadística que acecha a otras empresas nacionales: de acuerdo con datos de 2017 del INEGI, el promedio de vida de un negocio en el país es de 7.8 años. América Móvil, la más joven de las más grandes, fue fundada en el 2000, Bimbo en 1945, Cemex en 1906.
Si bien estas compañías se han dedicado a permanecer competitivas y relevantes, su rol dentro del nuevo ecosistema de negocios en el país ha sido clave, aunque tardío. El surgimiento de family offices –firmas de capital privado dedicadas a gestionar el patrimonio de grupos familiares, así lo define la Asociación Mexicana de Capital Privado (Amexcap)– ocurrió hace apenas un cuarto de siglo, según estiman académicos del Tecnológico de Monterrey.
No existe un registro oficial de family offices en México, aunque se calcula que sean cerca de 50. Si bien se han mantenido con un bajo perfil, algunos miembros de familias prominentes crearon family offices a finales de los 90 y principios de los 2000. Después, en paralelo con lo que ocurrió en otros ecosistemas cuando se masificó el Internet, las familias más poderosas del país asumirían un rol protagónico: participar en un naciente ecosistema de emprendimiento que requería capital para funcionar.
INADEM: apoyo de gobierno
Un nombre que destaca en la conformación del ecosistema es el de Adriana Tortajada. Antes de cofundar el INADEM, desde Nacional Financiera creó una institución especializada en inversiones de venture capital llamado Fondo de Fondos de Capital Emprendedor (México Ventures 1), destinado a apoyar a las etapas tempranas de empresas en el país.
Según relata Fernando Lelo de Larrea, cofundador y senior partner de la firma ALLVP, un punto fundamental que explica por qué ha funcionado el venture capital en México es la constitución de aquel Fondo de Fondos en 2006: “fue el primer programa federal en apoyar a las etapas tempranas, y la clave fue separarlo del gobierno a pesar de que el recurso era público”. Para lograrlo, Tortajada adoptó una buena práctica del ecosistema israelí: limitar el retorno del limited partnership que correspondía a gobierno para darle un impulso a los retornos de privados, incentivando a que siguieran invirtiendo. “Así, los fondos se hicieron menos dependientes del gobierno, porque a los LP privados les fue mejor”, asegura Lelo de Larrea.
Tortajada replicó este modelo al moverse de Nafin al INADEM cuando éste se creó al interior de la Secretaría de Economía en 2013, un año después de que iniciara el sexenio de Enrique Peña Nieto. “Cuando se crea el Instituto [INADEM] y se abre este enfoque en el ecosistema emprendedor, se decidió que teníamos que crear un ecosistema de capital, el cual estaba en ciernes”, relata Alejandro Delgado, último presidente del INADEM. Para lograrlo, el objetivo era hacer masa crítica en capital para el ecosistema. Sí existían fondos importantes, pero su nivel de capitalización era demasiado alto para considerarse como emprendedores. “El promedio de capital estaba en casi $34.7 millones por ticket promedio”, señala Delgado. “Ese ya no es un nivel emprendedor, sino de scale up”.
Hasta el día de hoy son 42 fondos los que el INADEM ha apoyado con $1,950 millones. El sector privado ha aportado más de $3,000 millones, con lo cual se integra un ecosistema de capital emprendedor de aproximadamente $5,000 millones.
“Esto llenó un eslabón del ciclo del capital que no teníamos”, precisa Delgado, “y bajó el ticket promedio de las operaciones de capital de riesgo. Hoy, las operaciones promedio de nuestros 42 fondos son de $11 millones”.
La decisión resultó ser acertada. “El racional del INADEM fue que el capital de riesgo era clave pero que las fuentes tradicionales en México tenían un criterio muy conservador”, comenta Rafael de Haro, socio de la firma VARIV Capital. “De manera atinada, como gobierno inyectaron liquidez con términos lo suficientemente atractivos para que los gestores de fondos aceptaran el riesgo”.
Es cierto que no todos estos fondos se crearon con el propósito que deberían. “Hubo incentivos un poco perversos”, asegura Lelo. “El chiste era decir ‘Voy a hacer un fondo y, si existe dinero del gobierno, lo voy a aprovechar para potenciarlo’;no ‘Voy a hacer un fondo sólo porque existen programas de gobierno’”. Aun con sus errores y virtudes, el surgimiento de fondos de capital de riesgo fue lo que permitió que, por primera vez, en México existieran opciones de financiamiento para proyectos arriesgados por los que la banca tradicional o grandes family offices nunca hubieran apostado.
Alejandro Delgado, último presidente del INADEM, durante la Semana Nacional del Emprendedor en 2018, CDMX.
Mientras más, mejor
Aquellos fondos que resultaron apoyados por las primeras convocatorias, entre ellos Angel Ventures Mexico, IGNIA, VARIV Capital y ALLVP, sentaron las bases para la nueva dinámica de capital semilla (seed) y series A de inversión que poco a poco irían solicitando más startups mexicanas. Estas rondas para etapas tempranas –las que cierran por tickets cercanos a los $20 millones para fortalecer las bases operativas– dieron pie al surgimiento de empresas prometedoras en sectores novedosos: Cornershop en el de lastmile delivery, Carrot en el de movilidad; Conekta y Kueski en el de fintech; Bitso en el de criptomonedas.
Para 2016, la cantidad de rondas cerradas y de nuevos fondos –la mayoría apoyados por las convocatorias del INADEM– se había multiplicado. Lelo da parte del crédito a la evolución de quienes se fueron sumando al ecosistema como inversionistas: “Mientras eran personas físicas con cheques pequeños de programas de gobierno, el venture capital como asset class seguía pareciendo un poco junior”, explica.
“Pero poco a poco comenzaron a entrar más: la banca de desarrollo, como el BID y el CAF, fondos extranjeros, más family offices”.
La visibilidad de los fondos también fue promovida por empresarios convertidos en inversionistas, como Rogelio de los Santos, fundador del festival de emprendimiento INCMty y managing partner de Alta Ventures y Dalus Capital, o Heberto Taracena, creador del sitio MetrosCubicos.com y hoy managing partner de Capital Invent. Networks internacionales de promoción del emprendimiento, como Endeavor y la aceleradora de Google Launchpad, se dedicaron a buscar startups prometedoras en el país para impulsarlas.
Fue en esta época cuando empresas como Yogome, de corte tecnológico y parte de la prometedora industria de los videojuegos, recibieron apoyo de algunos jugadores prominentes del ecosistema, incluyendo VARIV –rondas semilla y series A y B– y Endeavor. A mediados de 2018, Yogome quebró tras acusaciones de fraude por parte de sus directivos. “Como ecosistema cantábamos victoria demasiado temprano”, dice Vincent Speranza managing director de Endeavor México. “El crecimiento en el ecosistema de los fund managers ha ido de la mano con el de los emprendedores”, opina De Haro. “No es que el venture capital estuviera con los brazos cruzados. Crecimos a la par; éramos igual de poco sofisticados que los emprendedores en ese entonces”. Al fin y al cabo, los fracasos son también parte de la evolución.
Continuar la cadena
El porcentaje de supervivencia de pymes aumentó 10 puntos porcentuales entre 2012 y 2018 –pasó del 38% al 48% de probabilidad, de acuerdo con cifras del INADEM–. De los cuatro fondos de capital de riesgo que existían antes del apoyo del INADEM, hoy se contabilizan cerca de 60. El primer semestre de 2018 ha sido histórico para las startups mexicanas: según la Latin America Venture Capital Association, 89 compañías levantaron US$154 millones. Sin embargo, decir que el ecosistema de emprendimiento en México ya está consolidado sería demasiado optimista.
Ahora faltan series B, C y D; el monto de las rondas semilla y de series A han dejado de ser suficientes para las ambiciones de las startups que están comenzando a escalar.
De los 63 fondos registrados en Amexcap, 46 están enfocados en semilla. “Toda la parte de seed y series A ya está bastante resuelta”, afirma Speranza. “Las series B y C se las llevan los fondos globales, porque las que van desde US$5 millones hasta los US$40 millones no se pueden tener en México”.
Para firmas como VARIV, el reto está en el fruto de aquellas primeras inversiones. “La prueba real de que existe [el ecosistema] se dará cuando le entreguen retornos a inversionistas. Si los vintage [años en que los fondos realizaron su primera inversión] son de 2011 o 2012, faltan unos tres o cuatro años para que regresen capital”.
Este año, no obstante, una de las inversiones de ALLVP logró el primer exit de alto perfil para una empresa que ha recibido capital de un fondo mexicano. Cornershop, que recibió casi US$11 millones de la firma en dos rondas de capital semilla y una serie A, fue adquirida por Walmart por US$225 millones.
El anuncio llegó meses antes de que ALLVP anunciara US$73 millones para su tercer fondo, que servirá para un nuevo instrumento de inversión de US$100 millones para invertir en series B en México y Latam. Sin duda, una buena noticia para el eslabón que, de desaparecer el INADEM, pudiera quedar perdido.
Se mantenga o no el apoyo gubernamental que recibe el ecosistema, con o sin el nombre de INADEM, el paso que ha dado durante los últimos seis años ha sido monumental. “La herencia del INADEM es histórica”, opina De Haro. “Gracias a él, se generó la oferta que desató un torbellino de emprendimiento. El legado es incuestionable; ya hay una industria joven que puede aguantar aunque desaparezca”.Pero, ¿aparecerá el unicornio mexicano? Algunos confían en que sí. “Un IPO o un unicornio son importantes no sólo en temas de valuación”, sostiene Speranza.
“Una gran historia local sí es importante para el ecosistema; la nueva generación en México se refiere a casos extranjeros como fuentes de inspiración”.
Para Lelo, sin embargo, lo fundamental que deben tener las nuevas empresas es la creación de valor para el consumidor final. “La existencia de compañías que valen millones de dólares es una falsa métrica. El objetivo no debe ser una historia inflada, sino una relación de valor”. Delgado coincide: “un unicornio es un outlier y puede estar creado fuera del ecosistema. Las métricas que vemos nosotros son el aumeno de la productividad de las pymes y el acceso al financiamiento”. Al ver que existen hoy en México $5,000 millones disponibles en capital de riesgo, quizá sería más fácil que el país dejara de creer en los mitos.
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