Arranca la presidencia que cultivó por décadas, ahora Andrés Manuel López Obrador – presidente constitucional– podría aprovechar la oportunidad para volver a empezar su relación con las empresas y mercados.
El presidente Andrés Manuel López Obrador asumió el cargo este 1° de diciembre con un cambio de forma que parece inofensivo: vistió la banda tricolor con el color verde colocado hacia arriba y a la derecha, como la portaron todos los presidentes hasta que Felipe Calderón modificó el orden en 2010, en atención al orden “correcto”, de acuerdo con la bandera nacional, con el rojo por encima.
El asunto no tendría la menor importancia de no ser porque, para lograrlo, contó con el apoyo sin reservas de la mayoría absoluta de Morena en el Congreso, que modificó una ley para dejar la banda a su gusto, al igual que cambió otra para ubicar a Paco Ignacio Taibó II en el Fondo de Cultura Económica, adaptó una más para permitir un referéndum de revocación de mandato y otra para dejar a los expresidentes mexicanos sin pensión.
La nueva mayoría en el Poder Legislativo no dudó en aclamar al nuevo presidente en la toma de posesión con la misma adoración que le cantó las Mañanitas en noviembre pasado.
No hay duda: López Obrador entra en funciones con el más alto índice de popularidad en décadas y la voluntad de cambiarlo todo, desde lo fundamental hasta lo anecdótico.
El argumento de su facción es seguir el mandato popular de los 30 millones de votos que los enviaron al poder, y combatir la corrupción, la desigualdad y la inseguridad; para los críticos, este avasallamiento de la oposición y el uso de la “aplanadora” es un comportamiento que remonta a tiempos mucho menos democráticos, en pleno dominio del viejo PRI.
DESDE LA CIMA
Los números de Carlos Salinas para atrás se pierden porque no eran relevantes. De acuerdo con datos comparables, como los conteos de Parametría, el índice de popularidad de López Obrador hasta agosto pasado era de 76%, mientras que Vicente Fox arrancó con 55% (para un máximo de 66%), Felipe Calderón con 47% (para un tope de 76%) y Enrique Peña Nieto con 55%, para un máximo de 57% y un dramático declive final a 20%.
Sin embargo, de acuerdo con la encuesta de El Universal publicada días antes de la toma de posesión, la aprobación del nuevo presidente habría bajado a un más sobrio 55.6%.
Dichos y desmentidos aparte (las redes sociales hierven), la caída es un interesante retrato de la situación: el presidente López Obrador empezó a gobernar en septiembre pasado, al tomar posesión de un Congreso abiertamente a su disposición y al entrar la administración de Peña Nieto en una etapa de parálisis y enmudecimiento sin precedente.
Con el gobierno adelantado, también vino un intenso desgaste previo, algunos en su equipo, como Javier Jiménez Espriú, secretario de Comunicaciones y Transportes, llegaron muy golpeados al día uno de gobierno.
No hay duda. La cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM) es una de las decisiones más riesgosas para el gobierno que comienza. “El mayor despilfarro en la historia del país”, es la forma en que Gustavo de Hoyos, presidente de Coparmex, describió el anuncio de cancelación, luego de una consulta popular que el dirigente empresarial calificó como no representativa. “Este error puede marcar completamente su administración”.
“El fin de la luna de miel antes de empezar; adiós a la certeza económica en México, está espantando a inversionistas extranjeros”, fueron los encabezados en la prensa nacional y extranjera.
Las calificadoras de valores, una a una, pusieron la deuda mexicana en perspectiva negativa. La cuenta del dinero literalmente enterrado en las tierras yermas de Texcoco oscila entre los 130,000 y los 200,000 millones de pesos. El tipo de cambio dio un salto a niveles previos a las elecciones de junio.
“Es puro daño autoinflingido”, apunta Valeria Moy, directora de México, ¿Cómo Vamos?, para quien no hay una explicación racional para suprimir el proyecto del aeropuerto. “El rito de la destrucción”, le llamó Jesús Silva Herzog Márquez. “La primera señal de su mandato es un aviso –escribió el politólogo-: convertirá en polvo lo que se le dé la gana”.
Pero además estuvieron las formas: la elaboración de una consulta popular sin rigor electoral le dio un giro aún más preocupante a la decisión. En un México que ha invertido años y dinero en instituciones democráticas muy complicadas y caras, el gobierno entrante eligió organizar una consulta a modo, extendiendo al golpe económico uno de incertidumbre en las elecciones del futuro.
FUEGO AMIGO
A la decisión han seguido impactos de diferente relevancia: iniciativas para suprimir las comisiones bancarias, para cancelar contratos mineros, para usar las reservas internacionales e incluso para desaparecer las Afores han rondado el hiperactivo Congreso morenista, abonando a la incertidumbre de los mercados.
No ha ayudado tampoco el impulso a marchas forzadas de los proyectos favoritos del nuevo presidente: la refinería Dos Bocas y el Tren Maya, sin estudio económico y de impacto ambiental y, hasta ahora, sin licitaciones de por medio.
Por el lado positivo, López Obrador ha sabido salir a apagar fuegos en donde considera que sus seguidores se han pasado de la raya, ya sea personalmente o través del Bombero en Jefe, Carlos Urzúa.
El secretario de Hacienda, así como Gerardo Esquivel y Alfonso Romo salieron a los medios con frecuencia para comprometer su credibilidad frente a empresarios e inversionistas. La gran promesa que mantiene todo en pie: el superávit fiscal de casi 1% en 2019.
Aun así, Texcoco sigue flotando en el aire, como una nube tóxica. El presidente se ha reunido con empresarios y contratistas del NAIM para resolver el tema de las cuentas pendientes, prometiendo que nadie se quedará sin cobrar lo trabajado. Sin embargo, los mercados no están compuestos por el puñado de personas que López Obrador alcanza a tocar.
Si entre julio y septiembre la salida de capitales de los valores mexicanos totalizó US$1,886 millones, un estimado de US$2,500 millones adicionales salió durante el mes de octubre, de acuerdo con datos del Banco de México.
La Bolsa Mexicana de Valores, por su parte, vivió un octubre negro, al pasar de niveles cercanos a los 50,000 puntos el 1 de octubre, a tan sólo 43,000 el día 30, eso recién divulgada la noticia del fin del aeropuerto. Los impulsos de regreso fueron coartados por las iniciativas provenientes del Congreso.
Es cierto que México está lejos de una crisis económica o financiera. La teneduría extranjera de bonos supera los 105,000 mdd actualmente (asumiendo una paridad de 20 pesos por dólar) y el flujo de inversión extranjera directa nueva se mantiene en niveles comparables con otros años (si bien tuvo una baja tercer trimestre, con tan sólo 4,125 mdd, este periodo generalmente no es el mejor del año.
El propio nuevo presidente ha mencionado que dependerá de la inversión privada para alcanzar metas de crecimiento de 4% o más. Ello sólo se dará si su gobierno da muestras de que sabe administrar el enorme poder (el más grande desde los tiempos del priismo absoluto) que los votantes le dieron en las urnas.
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